El mercado musical está de capa caída o al menos eso es lo que dicen. Da la sensación de que siempre es la piratería la que hace que las cifras de ventas se encuentren en nuestro país por los suelos. No estoy de acuerdo con esta opinión o al menos, no al cien por cien. “Difama que algo quedará” se suele decir, y la industria musical, entre las que también se incluyen artistas que antaño vendían discos como rosquillas pero que hoy no tienen nada que ofrecer y aportar, suelen aparecer cada cierto tiempo para denunciar cómo las descargas ilegales están haciendo que casi se conviertan en indigentes. Lo que no se puede pretender es seguir viviendo de “los litros de alcohol” o de los “cadillacs solitarios” y culpar a esas descargas de su difícil situación económica.
En primer lugar hay que partir de un hecho: España es un país con una cultura musical nula entre otras cosas porque si hablamos de educación, la música, al contrario de lo que ocurre en otros países, siempre se ha considerado una asignatura “maría”. Así que el oído de los españoles no se encuentra convenientemente educado y a lo máximo que llegamos es a escuchar la morralla enlatada de los 40 Principales. De esta forma, si tenemos la misma educación musical que un cavernícola y seguimos considerando a la música como algo sin importancia, es normal que no se valore y se aprecie, y por tanto, las descargas, ilegales o no, de música bazofia están a la orden del día. No sólo eso, sino que a la hora de abordar nuevos planes educativos la eliminamos de la misma forma que quitamos plástica o nos cargamos la filosofía. Lo grave es que, gracias al “populismo 100%”, la gran mayoría de la sociedad se muestra de acuerdo porque a cambio a los chavales los vamos a saturar con horas de matemáticas, creyendo que así, los enanos van a ser Albert Einstein.
Así que si no hay cultura musical, difícil será que se valore el trabajo de cualquier músico. Pero hay más factores: otro es el precio. No es normal lo que hay que pagar en España por cualquier disco, cuando si uno se va a cualquier país de nuestro entorno puede pagar por el mismo CD o vinilo hasta un 60% menos. No hace falta, sin embargo, viajar. Basta con buscar un disco cualquiera en la tienda de Amazon en EE.UU. y buscarlo en el portal español. La diferencia de precio es considerable. Así que otro punto más para que el personal se descargue música de forma “ilegal”.
Y luego se encuentra el tema de la calidad. Como ocurre con la mayoría de productos de consumo, queremos todo y lo queremos por la cara. Exigimos que nos den las cosas gratis y si nos cuestan unos pocos céntimos, ya no lo queremos pagar. Y si no pagas, lo que te llevas es “purita mierda”. Así que vivimos en un mundo en el que la coprofagia nos encanta. A fin de cuentas es gratuita y es esto último lo que aporta más valor.
El problema de esto es que los que nos ofrecen los productos tampoco se esfuerzan en darnos calidad, básicamente porque preferimos el chopped al jamón ibérico y entonces, cuando realmente quieres pagar por algo, muchas veces no lo encuentras. En el mundo de la música sucede. Y nos encontramos sonidos con una calidad de ínfima porque de lo que se trata es de que llevemos en los smartphones o en el reproductor MP3 la obra completa de Beethoven o la discografía completa de los Stones, aunque la mayoría de los que las han descargado no lo vayan a escuchar en su vida. Las canciones se comprimen hasta el infinito y más allá y se pierden detalles importantes de cualquier melodía. ¿Sabías que un vinilo tiene menos compresión que un CD y mucha menos que un MP3? Si todavía eres de esos que tiene un tocadiscos prueba a escuchar un tema y luego compara con el sonido del MP3. La diferencia es notable.
Harto de que nos invada la morralla en forma de sonido, el compositor Neil Young ha decidido crear un sistema en el que prime la calidad. Se llama Pono y promete ofrecer sonido en alta fidelidad tal y como se graba en un estudio. ¿Tiene posibilidades de éxito? En mi opinión, ninguna. O al menos no la tiene si lo que se pretende es que la mayoría de la gente se compre un aparato que cuesta 400 dólares y que la descarga de cada disco se sitúe entre los 15 y los 25 dólares. No, Neil, a la gente le gusta la bazofia, así que ni el reproductor ni el servicio van a tener éxito. Otra cosa es que el planteamiento sea el de llegar únicamente a un público exclusivo. En este caso puede que consiga su objetivo, pero el precio de cada disco, por muy HD que sea, debería bajar unos cuantos dólares y situarse en el mismo rango de precio que un CD o un vinilo.
Porque Neil Youg sí ha dado con una clave. Algunos todavía pagamos por la música y seguimos comprando soporte físicos y pagamos servicios Premium para escuchar música en streaming. Y es en este último punto donde se verá si la aventura emprendida por Young tiene éxito: si Pono es capaz de ofrecer un servicio de alta calidad en streaming, entonces muchos cambiaremos Spotify por Pono.
La música de hoy, como no podía ser de otra forma, la pone Neil Young y uno de sus temas más conocidos: Mansion on the Hill