Menos set de costura y más WiFi

¿Por qué cuesta tanto tener WiFi aceptable en un hotel?
¿Por qué cuesta tanto tener WiFi aceptable en un hotel?

Durante los últimos días he asistido al VMworld que se ha estado celebrando en Barcelona. No voy a hablar aquí de lo que ha dejado el evento en cuestión, pues eso ya lo he escrito para BYTE TI, pero sí de uno de los detalles que me llaman la atención cada vez que salgo de viaje y que nunca he mencionado.

Normalmente, a los periodistas nos alojan en hoteles que la inmensa mayoría de nosotros no pagaríamos si fuéramos de vacaciones o a pasar un fin de semana de ocio y relax. Por ejemplo, en este caso, el hotel es un conocido cinco estrellas superior de la ciudad condal. La categoría mínima de los hoteles a los que vamos es de cuatro estrellas y es de ellos sobre lo que voy a hablaros hoy. Concretamente de su equipamiento, tanto tecnológico como de otras fruslerías que te encuentras una vez que pasas el umbral de la puerta de la habitación.

Cuando uno llega a uno de estos alojamientos, lo hace con dos intenciones: descansar y encontrar facilidades para desarrollar su trabajo. La primera se logra con creces, sólo faltaría, pero en el segundo de los casos, a veces, he encontrado mayores facilidades en un hotel medio que en uno de estos denominados de lujo.

El primer problema y el más complicado de solucionar es el del WiFi. Vamos a ver, si estás pidiendo 300 euros por noche, lo normal es que el WiFi me lo ofrezcas incluido en ese precio. Si un McDonald’s lo ofrece por tomarte una cheeseburger, el del kiosco de prensa te lo da también sin ni siquiera tener que comprarle el periódico y el autobús de la empresa municipal te lo regala para hacerte más placentero el trayecto al trabajo, ¿por qué una buena parte de estos hoteles te lo cobran como un extra y al módico precio de 20 euros por día? Vale, estamos de acuerdo. Eres un hotel con clase y distinción. Eres glamouroso y en la entrada principal tienes siempre atasco de Porsches y Lamborghinis. Por supuesto, estás en tu derecho de clavar cinco euros por un mini-envase de Pringles, aunque sean las mismas que vende el chino de abajo, pero hombre lo del WiFi ya no es como hace una década, que te permitía venderlo como un extra y como algo que te diferenciaba de la competencia. Ahora no. Cobrar por una cobertura wifi ya no te reporta clientes. Muy al contrario, te los quita.

Pero no acaba aquí la historia. En la mayoría de los casos la conexión va a pedales. ¡Coño! ¡Ya que me cobras, por lo menos intenta que la conexión funcione en condiciones decentes! Pero es que, aunque lo ofrezcas de forma gratuita y lo incluyas dentro del precio de la habitación, también deberías hacer que el WiFi fuera de una calidad, al menos, aceptable. Claro, encima engañas al cliente y si uno de tus huéspedes te reclama la nula cobertura normalmente se soluciona con un: “No se preocupe señor, ya hemos avisado a los técnicos y van a resolver el problema”. Ah, en ese caso ya me quedo mucho más tranquilo, sólo que es en ese instante cuando empiezas a ver la imagen del técnico de marras y te imaginas a un señor, Ducados en boca, que lo único que hará será encender y apagar el router y obviamente… ¡el WiFi sigue sin funcionar!

He estado en hostales y hoteles modestos y la cobertura inalámbrica funcionaba como un rayo, así que muy posiblemente preferiré que me pongas una conexión buena a que me encuentre entre las “amenities” un mini set de costura con aguja y diferentes tipos de hilos y botones, que muy posiblemente nunca utilizaré durante mi estancia.

Otro de los problemas habituales que uno se encuentra es el de los enchufes. En muchos casos, no hay ninguno libre y como lo que prima es el diseño de la habitación están escondidos. En realidad tiene su lógica: si tú no encuentras el enchufe, llegará un momento en que no podrás disfrutar de la mierda WiFi que te ofrecen. Pero yo soy muy intenso y si no lo encuentro me dedico a indagar dónde acaba el cable eléctrico de la lámpara para poder conectar el cargador de mi smartphone o el del portátil. Porque sí, en muchas habitaciones sólo te encontrarás a primera vista un enchufe: el del baño, pero con un cartelón enorme encima de él en el que te advierte de que sólo puedes usarlo para conectar una maquinilla de afeitar, así que ni se te ocurra enganchar el cable de tu tableta porque lo más lógico es que pueda estallarte en la cara.

Eso sí, igual que los enchufes brillan por su ausencia (o por estar más escondidos que el dinero de Urdangarín) teléfonos hay unos cuantos. Concretamente en este último hotel había ni más ni menos que cuatro: Dos en las mesillas de noche, otro en el escritorio y otro más en el baño, pegadito al retrete. ¿Para qué? ¿Acaso si tengo un apretón me van a entrar unas ganas locas de empezar a llamar a través del teléfono? ¿No sabéis que muchos usuarios se llevan el móvil mientras están en el baño? De verdad que no entiendo por qué a nadie se le ha ocurrido pensar que cuatro teléfonos en una habitación son innecesarios. Sin embargo, se agradecería que pudieras tener unos altavoces para poder conectar el smartphone y escuchar la música que llevas en él. Vamos a aceptar que tener un WiFi en condiciones es compilcado pero ¿tanto cuesta poner una regleta de enchufes en el escritorio?

Finalmente entramos en el apartado de televisión. Normalmente son aparatos gigantes, con el volumen “capado” no sea que te vaya a dar por poner el Surround a todo trapo y molestes al de la habitación contigua. Mal, eso está muy mal: deberías tener una insonorización decente. Esto se consigue con unos tabiques más robustos. Pero, no obstante ese no es el mayor problema: te has dejado una pasta en poner una Smart TV en todas las habitaciones y ¡la colocas en una esquina, alejada de la cama de tal forma que el huésped tenga que hacer verdaderos ejercicios de contorsionismo para poder ver la tele!

Podía seguir con más cosas como esas duchas en las que el agua no llega con presión, o esa manía de tener puesto el aire acondicionado a todo trapo de tal forma que uno parece que entra en el Polo en vez de en una habitación de hotel. O la que a mi me parece más curiosa y que se encuentra en hoteles de todo tipo de categoría: ¿alguien se pone los zapatos con calzador o soy yo el único raro que se compra los zapatos de su número y por ello no le doy uso?

Así que dado que hablamos de hoteles había pensado en dejar un vídeo de Iggy Pop, el de su tema, The Passenger, pero he preferido elegir este otro, con mucho más ritmo y cuya música fue tan bien aprovechada en el inicio de la película Trainspotting y que lleva por título Lust for Life.

Eres lerdo. Be smart my friend

El auténtico smartwatch ochentero.
El auténtico smartwatch ochentero.

Uno de los inventos que parece que va a acaparar la atención de la sociedad de consumo tecnológica va a ser el mercado de los denominados relojes inteligentes, también llamados “smart watches”. Ahora todo tiene que ser smart, y así hablamos de smart business, smartCity, smart commerce, smartphone, smartPC, smartTV… No deja de ser una ocurrencia más del creativo de turno. A mí esto de que todo sea inteligente me lleva a pensar que las empresas tecnológicas creen que somos imbéciles y por ello desarrollan dispositivos y aplicaciones verdaderamente listas que nos ayuden en nuestra necedad. Gracias a este tipo de aparatos nos sentimos más poderosos. Somos los amos del mundo y les otorgamos toda nuestra confianza, por mucho que, por ejemplo, el GPS se empeñe en llevarnos por el camino más largo: si la voz surgida del aparato de marras te dice que tienes que dar un rodeo de un kilómetro para llegar a tu destino, por mucho que éste se encuentre a cien metros, se hace lo que aconseja la voz en off y punto. Al fin y al cabo es más smart que tú.

Yo pensaba, cuando escuchaba la palabra Smart, que me estaban intentando vender un coche, pero lo cierto es que ese vehículo ovoide fue el precursor de toda una fiebre en el sector tecnológico. Lo inteligente está aquí y a ti te hará idiota.

Como he mencionado, lo último en incorporarse al mundo inteligente han sido los pelucos. Antes se presumía de Rolex, Omega,… Se supone que en poco tiempo Apple sacará a la venta su iWatch y entonces el mundo de la joyería cambiará por completo. Te convertirás en un completo espécimen si no te compras el reloj de la manzana. Ya estoy viendo la fiebre subir de temperatura:

–          Me he comprado el peluco de Apple… ¡Mola mazo!

–          Pues yo lo he pillado en negro que le da un aire más sofisticado

Vamos a ver que la idea puede ser cojonuda, pero tengo la sensación de que a veces nos olvidamos de la función principal. Un reloj sirve, fundamentalmente para saber qué hora es, no para consultar el correo electrónico. Básicamente porque te vas a tener que dejar los ojos si quieres leer un e-mail en la pantalla de un reloj. ¿Acaso no tenías suficiente con el móvil? Claro que lo del móvil es lo mismo: ya no se utiliza para hablar. Ahora se prefiere utilizar el whatsapp o el Line. Da igual que un tema lo puedas resolver en una conversación de un minuto. Es mejor darle al teclado virtual y mandar emoticonos y tirarte un cuarto de hora mandando mensajes…

El caso es que como Apple ha estornudado ahora estamos todos detrás de ver con qué cacharro nos va a sorprender la compañía de Cupertino… sólo que esta vez la idea no es nueva. El reloj inteligente existe desde hace muchos años y no, no lleva la firma Apple. Por ejemplo, la japonesa Seiko, que también fabrica impresoras (bajo la marca Epson) ya empezó a desarrollar los primeros teléfonos inteligentes. Eso sin olvidarnos de los famosos Casio Calculadora que muchos llevábamos en nuestras muñecas allá a principios de los 80 (sí y también se llevaban las hombreras, los pelos cardados y los pantalones tobilleros). Algunos, rizaban el rizo y en vez de calculadora incorporaban un pequeño videojuego con el que se podían abstraer de las tediosas clases de Lengua. Pero fue IBM, allá por el año 2000, la primera que empezó a dar un salto cualitativo en esto del tema del peluco inteligente. Funcionaba con Linux y el Gigante Azul llegó a un acuerdo con la relojera Citizen para su posterior comercialización. Claro que no se llamaba smartwatch, sino Watchpad. Entre otras funciones incorporaba Bluetooth y reconocimiento de huella dactilar.

Sin embargo ha sido insinuar Apple que va a sacar al mercado el iwatch, para empezar todos a alabar lo visionaria que es la compañía. ¡Joder, si hasta Sony ya ha sacado al mercado un reloj similar y Samsung lo va a hacer también y lleva trabajando en ello desde los años 70. Así que no. Apple, (tampoco) en este caso ha descubierto la pólvora De verdad que no entiendo este afán por hacer de Apple la compañía más visionaria del mundo de las TICs cuando NO LO ES.

En fin que en los próximos meses nos enfrentamos ante la invasión de los relojes inteligentes dirigidos al mercado del memo. Si se tiene un smartphone, el reloj pierde su sentido, por mucha tecnología que incorpore. Son muchas actualmente las personas que han prescindido de su peluco, porque la hora la miran… ¡Sí, efectivamente!, en el móvil. El smartphone ha arrasado con todo: con los reproductores MP3, con las cámaras fotográficas, y también con el reloj así que carece de sentido un invento de semejantes prestaciones.

De todas formas, los relojes no tienen la exclusividad friki del mundo Smart. De tan tontos que somos también tenemos las Smart Shoes. Horteras donde las haya y con altavoz incorporado son unas zapas que hablan al usuario. Como no tenemos suficiente con el individuo que va con el auricular bluetooth en la oreja mientras habla o los latinos con su bachata tronando desde el altavoz del smartphone, ahora vamos a ver a los que se dedican a correr por el parque (perdón, los runners) escuchando los consejos que le dan sus zapatillas inteligentes. ¿De verdad que queremos hacer footing o jugar al baloncesto con un altavoz en nuestros pies? El proyecto de esta zapatilla es de Google, pero el pasado enero Apple patentó algo similar como se puede ver en este link de patentes de EE.UU. ¿Qué nos jugamos a que dentro de unos meses estamos hablando de la gran innovación de Apple?

Lo dicho, tanto Smart lo que nos demuestra es que somos lerdos o al menos las compañías nos deben ver así. La tontuna se apodera de nosotros y nosotros le hacemos el juego a todas. Así que sí, definitivamente debemos ser bastante obtusos.

La música de hoy la pone The Dandy Warhols. Un maravilloso grupo que pasaba desapercibido hasta que Vodafone realizó durante años sus campañas publicitarias con este tema. De este conjunto se ha dicho que práctica un rock psicodélico parecido al de la Velvet Undergroud aunque a mí me suena más a David Bowie o a Lemonheads.