Silicon Valley: o cómo ser un poligonero con clase

Recientemente estuve por primera vez en Silicon Valley. Cuando uno está acostumbrado a oir hablar de forma machacona sobre ese lugar se espera algo… No sabría muy bien cómo explicarlo, pero las expectativas no son las de que sea un  simple polígono. Con clase y categoría, eso sí, pero un mero polígono de esos que tanto abundan en nuestro país.

Así que visto lo que es, podemos llegar a la conclusión de que los que allí trabajan son poligoneros. Sí, con traje y corbata (bueno no, los de Google van en vaqueros y camiseta y juegan al futbolín) pero poligoneros al fin y al cabo. Estoy seguro de que si me hubiera puesto a indagar más hubiera descubierto esos bares con olor a grasaza en los que en vez del bocata de calamares y la ración de entresijos y gallinejas, (eso ocurre en los de Madrid) te ponen la hamburguesa gigante chorreando ketchup y mayonesa a tutiplén (esto debería ocurrir en los de EE.UU.).

Por supuesto en un buen polígono que se precie existe  el sexo de pago reclamando atención a cada conductor que se acerque por allí.  En el polígono tecnológico eso no existe o, al menos se encuentra escondido. Tampoco se observa a los obreros de turno arreglando un tejado de uralita, con un Ducados en la boca y silbando «A la lima y al limón». No, todo eso no se ve en Silicon Valley.

Y es que, el Valle del Silicio tiene caché. Tiene clase y categoría. También es aburrido. Es de un sopor pavoroso. Pero hay una cosa que siempre me he preguntado sobre este lugar. ¿Por qué diantres ahí nadie puede inventar cosas de una forma normal? No, ahí todo el mundo tiene que empezar en un garaje para poder llegar a ser alguien. Hombre, no digo yo que las empresas se tengan que crear en un palacio, pero ¿no sería más normal en el salón de una casa? Pues mira, aquí no tenemos el polígono del silicio. Los nuestros serán más cutres y sus calles están llenas de basura. Alguna que otra rata también se ve de vez en cuando. Pero Silicon Valley ni tiene chonis, ni bares en condiciones en los que tomarse un café con leche… porque todos los cafés de allí son de máquina dispensadora y la choni de San José (capital de Silicon Valley) es una señora ya entrada en años y que en algo sí se parece: roza también el esperpento pero por su sonrisa estridente y su voz de pito. Su nombre, claro está, es Kate. KT para los amigos. La choni española,  por el contrario,  se llama Vanessa. Sus colegas la llaman «la Vane»

Nuestros polígonos no los irá a visitar ni Dios, porque no aparecen en las guías turísticas. Pero es que hay que ser cazurro para ir a visitar el garaje en el que nació HP. No logro imaginarme a alguien que vaya a Arteixo con un colega y le diga: «Mira tronco, ¡qué fuerte!, en ese local nació Zara. ¡Cómo mola el garito!, ¿eh?» Y sí, Silicon Valley aparece en las guías y la gente se emociona pasando por los edificios de Microsoft o de Google. Y el taxista se enorgullece y muestra la sede de Cisco como si fuera el Coliseo Romano.

Pero si es que ¡hasta tienen postales! Es que se trata de algo muy serio. Pensad por un minuto que váis paseando por la Puerta del Sol de Madrid o por las Ramblas de Barcelona y os paráis en un quiosco para comprar la típica postal:

– «Mira, la Puerta de Alcalá»

– «Anda, la postal de la Sagrada Familia»

– «Pues esta sí que mola: El Polígono del Ventorro del Cano»

No queda serio, ¿verdad? Pues a los norteamericanos les parece lo mejor del mundo.

Así que no se engañen y que no les timen. Silicon Valley es una mierda en el más puro sentido turístico. Vayan al polígono tecnológico de Tres Cantos en Madrid y visto uno, visto todos. ¡Poligoneros!