Hace unas semanas hablaba sobre la insistencia que tenemos en poner siglas casi a cualquier tecnología, cargo o solución. Si existe una sigla que esté realmente de moda en esto de las tecnologías esa es BYOD. Yo no sé a quién se le ocurrió el palabro porque feo, lo que se dice feo, es un rato. El conjunto de letras significa Bring Your Own Device o lo que traducido al cristiano viene a ser Tráete Tu Propio Dispositivo. ¿Dónde quieren que traigas tu dispositivo? ¿A qué dispositivo se refieren? ¿Tal vez al mando de tu coche? ¿Quizá a tu podómetro? No. Se trata de tu portátil, smartphone o tablet y, lógicamente, quieren que te lo lleves a la oficina.
¿Qué fue primero? ¿La gallina o el huevo? Pues con esto del BYOD ocurre lo mismo. No se sabe quién fue primero, si los usuarios que se llevaban sus dispositivos a las oficinas, motu propio, y accedían a aplicaciones de la empresa porque se negaban a prescindir de su smartphone o si fueron las empresas que vieron un chollo en eso de no tener que adquirir hardware adicional para sus trabajadores. Algo de ambas cosas hay, aunque es cierto que esa cosa llamada consumerización y por la que son los usuarios los que ahora marcan las tendencias del mundo tecnológico, incluso en la empresa, es en buena parte responsable del éxito de la horrenda sigla.
Desde hace varios años, son muchos los trabajadores que se han llevado el portátil de la empresa a sus casas. Sin embargo, hubo un momento en que al señor Medina le dio por llevar su iPhone a la empresa y vió que le molaba más acceder al correo de la empresa desde él que desde la Blackberry. Y Margarita, siempre atenta y envidiosa de los aparatos que traían sus compañeros descubrió que era mucho más interesante gestionar su cartera de clientes desde su iPad personal, ya que además le permitía enseñar las fotos del último crucero que se había marcado con su amante Antonio, el macizorro administrativo de contabilidad, que a su vez utilizaba su portátil para leer el Marca mientras estaba en el aseo.
Y es que ahora los empleados se siguen llevando el portátil de la empresa a casa pero a la oficina van además con su set completo y personal de terminales móviles. ¿Y qué ocurrió? Pues que los directivos de las empresas vieron caer del cielo una pasta gansa en forma de ahorro. Y además los empleados estaban encantados con poder utilizar su smartphone. En realidad estaban un poco hartos de esa BlackBerry infernal que les proporcionaba la empresa. Una vez que se acostumbraron al iPhone, al Samsung o al iPad, no querían cambiar y por supuesto la empresa no quería hacer un brutal desembolso en forma de nuevos equipos.
Esta situación no sólo afectaba a los curritos. Los jefazos tampoco querían su añeja BlackBerry ni su portátil con procesador Intel Centrino. Ellos, además de trabajar, también querían ver vídeos de YouTube o las fotos de sus vacaciones mientras estaban tumbados en el sofá sin necesidad de tener que cambiar de máquina cada vez que estaban en modo trabajo o en modo ocio. Y BYOD era un chollo: ahorraba costes, incrementaba la productividad pues todos, curritos de a pié y jefazos, unidos de la mano por una vez, estaban en conexión permanente. Daba igual que estuvieran en la cama o en el baño: el jefe podía contactar con el empleado en cualquier momento y el trabajador se podía conectar al ERP de la empresa a la vez que se untaba de aceite y tomate la tostada matutina.
Pero hete aquí que el chollo puede que no fuera tanto. ¿Qué sucedía con ese empleado irresponsable que perdía móviles a troche y moche como si fuera un diputado del congreso? ¿Qué ocurre con el directivo mamón que sabe demasiadas cosas de la compañía y todas ellas las lleva en un dispositivo que apenas pesa 135 gramos? ¿Y esa manía de compartir archivos a través del DropBox, por no mencionar los agujeros de seguridad de los whatsapp?
Pues simplemente ha sucedido lo que tenía que ocurrir. Que en una gran empresa el ingeniero de sistemas se ha convertido en un paranoico con un parecido cada vez más razonable al profesor Bacterio. Y los empleados, concretamente sus malditos móviles y iPads, son los Mortadelo y Filemón a los que se enfrenta a diario. Al tipo le va a estallar la cabeza. No sabe cómo gestionar tanto dispositivo, con diferentes sistemas operativos ni tantos usuarios. Porque no: el rollo de la consumerización lo único que ha hecho es que se prescinda de la antigualla que ofrecía la empresa como dispositivo corporativo pero todos ellos llevan su móvil, su tableta y su portátil al trabajo. Y lo peor es que los fabricantes no paran de sacar nuevos artefactos y ahora también hablan de tabletófonos (o phablets) como si realmente los fabricantes quisieran convertir a los empleados en el super agente 86, con sus mismas torpezas intrínsecas.
Lo que empezó como un importante ahorro de costes se está convirtiendo en un quebradero de cabeza y lo que la empresa dejó de gastar en móviles de última generación se lo está puliendo ahora en implementar medidas de seguridad para que ningún dato vaya más allá de donde tiene que ir. No sólo eso: también se gasta un dineral en hacer que las aplicaciones puedan correr en distintos entornos, por mucho que los programadores aseguren que la nube tiene muchas soluciones. En la nube hay también rayos y relámpagos, así que de vez en cuando también conviene tenerlos en cuenta.
La música de hoy la pone un grupo nuevo que acaba de sacar su primer EP al mercado. Son españoles, cantan en inglés y se hacen llamar The Good Old Days en un claro homenaje a The Libertines. Las reminiscencias suenan a Lou Reed o a los Stones, aunque la canción que acompaña este texto dibuja un claro parecido a REM en su álbum Monster.