¡El fax, idiota, el fax!

El pasado miércoles estuve en un evento de esos a los que solemos asistir los periodistas tecnológicos. En este caso estaba organizado por Epson y en él se mostraba a los clientes, prensa, socios y distribuidores toda la amalgama de impresoras de la compañía. Hasta aquí, nada fuera de lo común. El caso es que entre toda la gama de cacharros, aquellos que más triunfaban eran los multifuncionales. No es sorprendente que el personal se decida por este tipo de productos. Al fin y al cabo aúnan varios productos en un único equipo con lo que las ventajas para el usuario son claras: ocupan menos espacio y son más baratos que si se compraran cada uno por separado. Ahora bien, todos ellos incorporan un elemento que ha quedado en desuso: ¡el fax!

Sí, ese aparato que antaño estaba en todas las oficinas, que hacía un ruido infernal y que se empleaba para mandar documentos, imágenes o lo que hiciera falta. La cosa es que, en la época del e-mail, las redes sociales, el cloud computing, el WhatsApp, el Viber, el Line, etc., ¿quién demonios sigue utilizando el fax? Yo desde luego no conozco a nadie. De hecho no sé ni dónde se encuentra el fax de mi oficina y si todavía sigue en algún rincón. Bueno, no. Sí que conozco a alguien, aunque supongo que ya lo habrá dejado de utilizar.

La conversación que sigue es real y fidedigna y me ocurrió este año 2012. A nosotros, los plumillas, las agencias de prensa nos llaman constantemente para cosas tan absurdas como saber si has recibido una nota de prensa (este apartado, el de las agencias y los gabinetes de comunicación, da para otro post en este blog). El caso es que en una de esas llamadas, un individuo (al que no conozco) me pregunta si he recibido la papela (así denominamos los periodistas a las notas de prensa) de uno de sus clientes. Un cliente de esos a los que no conoce ni Dios y que por supuesto carece de una oferta de producto atractiva como para publicar en ningún medio y menos en estos tiempos de crisis en los que la selección de la información debe ser mucho más meticulosa que antaño. Como recibo infinidad de e-mails diarios, lo más probable es que su nota de prensa haya acabado en la carpeta de elementos eliminados, así que le digo amablemente que me la vuelva a enviar. El tipo me dice que me la envía ahora mismo. Empiezo a prestar un poco de atención a la recepción de la nota de marras, pero como veo que, pasados un par de minutos, ésta no aparece en mi bandeja de entrada me olvido de ella. Sin embargo, el sujeto es de esos ejecutivos de cuentas insistentes que no se da por satisfecho y al cabo de media hora me está llamando otra vez: “¿Ya la has recibido?”, me pregunta. Me pongo a rebuscar y no, ahí no hay nada. “Pues mira, lo siento, pero no tengo nada”, le respondo. En ese momento me embarga el sentimiento de culpabilidad: una cosa es que su nota de prensa no me interese y otra es que el pobre chaval, al que seguramente tienen de becario y a coste de saldo, tenga que estar perdiendo el tiempo en preocuparse de si yo recibo la maldita nota de prensa. Así que, de nuevo de forma educada, le vuelvo a pedir que me la mande otra vez. Con la mejor de sus voces me dice que no pasa nada y que me la vuelve a enviar. A partir de aquí comienzo a poner mis cinco sentidos en la recepción de la nota del demonio. Y, efectivamente: ¡No llega! Como buen ejecutivo brasa a la media hora vuelve a llamar:

¿Ya te ha llegado?, -me pregunta de nuevo con ese tono amable y falso que denota que ya se está empezando a cansar de ti.

Pues no. –le digo avergonzado y pensando en que el tipo debe estar preguntándose que si alguien como yo ha llegado a ser redactor jefe, él en dos telediarios asciende a director de cuentas- ¿Tienes bien la dirección de e-mail?

¿Qué dirección de e-mail? –me inquiere

¡Pues cuál va a ser! ¡La mía! Porque, la nota me la quieres enviar a mi, ¿verdad?

Sí, sí. Te la estoy enviando a ti. ¡Pero te la estoy mandando por fax! –me suelta-.

No salía de mi asombro. ¡El espabilado me estaba intentando enviar por fax una nota de prensa! ¡Pero si no recibo información por fax desde hace por lo menos 12 años! Pues no, así evidentemente no vas a llegar a director de cuentas. Existe una cosa que se llama e-mail y a día de hoy es el mejor medio para enviar información a un periodista. Ya puestos, ¿por qué no me mandas las imágenes en diapositiva para que las escanee?

Así que volviendo al tema del principio, me gustaría saber por qué los fabricantes siguen poniendo el fax como un elemento de las impresoras multifuncionales si nadie lo utiliza. La realidad es que alguien lo tiene que seguir utilizando, porque empresas como Brother, no es que vendan sólo equipos multifunción, sino que siguen fabricando de forma individual, faxes. Y los precios, no son precisamente económicos.

Vamos a ver. Si hay alguien que sigue fabricando estos artilugios del pasado es que existe gente que los sigue comprando. Es algo que me parece de locos. Es que es como si uno camina por la calle y observa a un chavalito escuchando música con un Walkman de esos que tenían “Fast Forward” y «Rewind» y que para no gastar las pilas se rebobinaba la cassette con un  boli Bic como si fuera una carraca. No queda muy actual, ¿verdad? Si ya hasta un reproductor MP3 queda antiguo, imaginaos como queda lo del Walkman. Es lo mismo que ocurre con el fax. Que no es que se haya quedado rancio, es que es el Walkman de los sistemas de comunicación.

Es lo mismo que si alguien te pregunta si sabes que son los artrópodos y en vez de utilizar la Wikipedia dices: “Espera que voy a instalar la Microsoft Encarta en el ordenador a ver qué nos dice”.

En fin que hay cosas añejas que yo entiendo que nos gusten. Entre ellas se pueden poner el queso curado, el jamón ibérico o el vino de reserva. Pero, ¡lo del fax no cuela!

Así que sí. A aquellos que todavía uséis el fax, cambiadlo, por favor. Escapad de ello como cantaron en esta canción este grupo llamado James y que fue uno de los precursores del denominado sonido Manchester (los británicos lo llamaban Madchester) que triunfó en buena parte del mundo a principios de los 90 junto a otros grupos como The Stone RosesHappy Mondays o Inspiral Carpets.

Facebook, ese patio de porteras

Nunca me he fiado del Facebook. Me parece un auténtico patio de porteras. Ese lugar en el que la vecina se encuentra con la señora de la limpieza cuando baja en el ascensor y entre las dos, mano a mano, se ponen a destripar a todo bicho que habite en la comunidad de vecinos:

– ¿Te has enterado de lo que le ha pasado a la pobre de la Virginia?

– ¡Uy, pues no! ¡Cuenta, cuenta!

– Pues resulta que el otro día se encontró con la Puri, la del cuarto, y que a grito pelado, para que se enterara toda la escalera, le dijo que le había dejado una mancha de aceite en el felpudo y que le tenía que pagar la tintorería porque era un regalo de su Antonio, y claro, no lo iba a dejar así.

– Si es que la Puri es un despojo humano. Además, no sabe cocinar. Cada vez que se pone a ello, tengo que cerrar todas las ventanas porque me llena la casa de olores. Me he enterado de que andan mal de dinero en su casa y de que tiene que comprar lo peor que hay en el mercado.

En esto se vuelve a abrir la puerta del ascensor y aparece la Puri que súbitamente, se ha transformado en doña Purificación. Y esa misma señora a la que tres segundos antes estaban poniendo a caldo, se convierte por arte de birlibirloque en una afable y dispuesta vecina a la que tanto la señora de la limpieza como su amiga de chascarrillos adoran.

Eso es Facebook. En virtual, eso sí, pero un lugar para el cotilleo y la satisfacción del morbo de las personas. Un sitio, virtual, pero no tanto, en el que la gente necesita saber lo que ha comido el supuesto amigo al que no ve desde hace 20 años. Un lugar, virtual, pero muy real, en el que las relaciones se basan en un “me gusta” y en informar al personal de que la noche anterior te has hinchado a beber copazos de kalimotxo y en un estado lamentable, te has estado haciendo fotos con tu pandilla que, en un momento de nula lucidez, decidiste publicar en el Facebook para risión de esa ingente cantidad de “amigos” y para bochorno tuyo al día siguiente (porque entérate: has cedido al Facebook toda la propiedad intelectual y Zuckerberg puede ahora hacer con la imagen de tu borrachera lo que quiera).

Y es que la terminología de la palabra amigo ha sufrido un cambio radical desde que existe Facebook. ¡Vamos, no me jodas! Si es que hasta para establecer una interconexión entre dos personas es de una ñoñería absoluta: “Pitiflín quiere ser amigo tuyo”. Yo soy el Zuckerberg ese y habría añadido “¿le ajuntas?” Y es que el Facebook trata al usuario como si fuera un adolescente que le dice a la amiga de turno: “¿Quieres salir conmigo?”

Lo cierto es que me da que pensar, puesto que a lo mejor sí que tenemos una mente de 14 años y a la gente le gusta exhibirse y contar su vida con pelos y señales. Yo de hecho he pensado hacerme una cuenta en Facebook pero para ir al rollo escatológico. Pondría cosas como “estoy hablando con Roca” o algo por el estilo. Total ya puestos es lo único que le falta por comentar a la gente.

Pues mira, chic@: No me interesa tu vida. Me da igual si te estás tomando un Brugal con Coca-Cola en el bar de enfrente de tu casa o si estás en el cine acompañado de doce amigos más.

Pero hay algo que todavía odio más del Facebook y esto sucede en el momento que vas a una boda. Cuando era un niño tenía auténtica ojeriza al tío segundo ese que se encuentra en todo casamiento y que sólo ves en este tipo de eventos. Es decir, una vez cada tres años, más o menos. El caso es que ese tiparraco era el que con 12 años te cogía del moflete y te tiraba de él hasta que lo ponía del color del trasero de un mandril, mientras añadía el comentario: “Hay que ver como ha crecido el niño. ¡Si hasta le empieza a salir el bigotillo!” “Y a ti se te está desabrochando la camisa de lo que te ha crecido la barriga”, pensaba yo. Pues ahora el tío sigue existiendo, pero ya es mucho más mayor (y su barriga también) y no se interesa por esas cosas del “Interné”. Pero claro está, le ha sustituido su hij@. Ese prim@ segundo tuyo que, al igual que a su padre, ves una vez cada tres años y lo primero que te pregunta es: “¡Primo, cuánto tiempo! ¿No estás en el Facebook?”

– “No primo, no estoy”, le respondo yo con cara de aburrimiento

– “Anda, y ¿por qué no estás? Así podríamos estar más en contacto. Y además, te encontrarías con gente que no ves desde hace mucho tiempo”.

– “Ya, es que la tecnología y yo andamos regañados”, le contesto educadamente.

Pero la realidad –pienso- es que no quiero estar en contacto contigo porque me recuerdas a tu padre y a sus tirones de moflete. Tampoco me interesa tener relaciones virtuales contigo porque eres muy brasa y no quiero saber si has estado veraneando en Benidorm o si te has ido de crucero con tu novia. Y no, si hace mucho tiempo que no veo a alguien, por algo será. Así que si mi vida no ha sufrido distorsión en, digamos 25 años, después de haber perdido el contacto con el acusica de clase, no tengo el menor interés en que aparezca de nuevo en mi vida.

Porque por mucho que se empeñe Zuckerberg, los amigos del Facebook no son amigos. Ni tan siquiera son colegas. Son simplemente añadidos virtuales que se incorporan a la vida real de algunas personas y a los que parece que conoces desde tu más tierna infancia y eso es… ¡Mentira! En realidad son como las dos “marujas” del principio de esta historia que por lo único que destacan sobremanera es por su avidez de cotilleo.

Luego está el tema de la privacidad. Yo os lo dejo aquí por si os queréis leer este tocho mocho, pero un tipo que me dice que “Cuando eliminas contenido de Propiedad Intelectual (por ejemplo, tus fotos), éste se borra de forma similar a cuando vacías la papelera o papelera de reciclaje de tu equipo. No obstante, entiendes que es posible que el contenido eliminado permanezca en copias de seguridad durante un plazo de tiempo razonable”, no me parece muy de fiar.

Creo que con Facebook lo he visto todo en lo que se refiere a la capacidad humana para el chisme y el enredo. Casi como lo que ha debido ver este chavalito de 18 años y que compone música como los ángeles.

Los del Congreso ya no quieren iPads

No deja de sorprenderme cómo los políticos viven en la nube. Resulta que todo el sector TIC lleva años hablando del cloud computing y la verdadera nube se encuentra en la Carrera de San Jerónimo de Madrid. Esa casta de políticos que sólo se une para criticar a un juez que les habla de la “decadencia de la clase política” hacen todo por el bien del ciudadano de a pie, del currito y del parado. Y para hacer su tarea necesitan la última tecnología.

Por ese motivo se pusieron de acuerdo en la anterior legislatura para gozar de las bondades de un iPad y de un iPhone. Se ve que los pobres iban con un Alcatel One Touch de principios de siglo y con un portátil con un procesador Centrino. Así que el anterior presidente del Congreso, el señor José Bono, debió convocar a los portavoces para comentarles: “Loj diputadoj no pueden andar con baratijas semejantes para hacer sus labores. Pónganse de acuerdo sobre el modelo de teléfono y de portátil que quieren”.

La cosa es de chiste. Para solucionar problemas de los ciudadanos, la prisa no existe. Para ver el modelo de Smartphone que necesitan, el tiempo pasa raudo y veloz. “Queremos un iPhone” debió decir Llamazares. “Y yo no quiero un portátil -debió añadir la moderna Rosa Díez- para ser guay necesito un iPad” Y Soraya, toda una artista del “copy-paste”, afirmó: “Nada, nada, me meto en la web de Apple me copio las características y las metemos en el pliego de condiciones que debe haber en el próximo concurso del servicio telecomunicaciones del Congreso”. Y así se lo guisaron. De tal forma que no podía entrar en ese concurso ni un móvil Samsung, ni un HTC, ni un Nokia. ¡Sólo valía el iPhone y así lo redactaron en las condiciones: “un smartphone con la tecnología más moderna, tipo iPhone o similar!”. Lo mismo ocurría con el iPad.

Pasadas las elecciones cada diputado recibió su iPhone y su iPad. Lo cierto es que no les veo yo a muchos de ellos incrementando la productividad gracias a sus dispositivos. Más bien me inclino a pensar a que Soraya PP le envía vídeos por Whatsapp a la otra Soraya y que Duran i Lleida se aprovecha de la WiFi del Congreso en su habitación de luxe del Hotel Palace para hablar gracias al Viber.

Pero nuestros políticos siempre están a la última y andan pensando en rizar el rizo. Así que ahora nos hemos enterado de que en menos de un año, treinta de sus señorías han perdido o les han robado su iPhone/iPad. Imaginaos la escena, en la que aparecen dos diputados:

– “Oye es que ando todo preocupado porque he perdido el iPad”, dice el primero

– “No te preocupes, vas a Jesús Posada (el presidente del Congreso), se lo cuentas y él te da otro por la cara. A mi me ocurrió hace un par de semanas. Pero si se pone burro, en vez de decirle que lo has perdido, te vas a comisaria, dices que te lo han robado, pones la denuncia y santas pascuas”.

Y es que claro, perder el iPad es como extraviar el DNI. Yo de hecho, que tengo muy mala cabeza, pierdo un iPad cada quince días. Como es algo muy pequeño, no se dónde lo pongo y luego me cuesta encontrarlo. Me cuesta tanto que de hecho no lo encuentro. Claro, que yo no tengo la facilidad del político para conseguir iPads por la gorra y me lo tengo que costear de mi propio bolsillo.

Lo que entiendo más es lo del iPhone. De hecho ya comprendo porque Apple ha sacado el nuevo teléfono más largo. Lo ha hecho pensando en esos despistados, como nuestras señorías, que van por la vida extraviando smartphones. Y es que claro, uno va en el metro o en el autobús y una de las cosas más normales es que en un despiste te manguen el teléfono. ¡Ay calla no, que ellos van en coche oficial! Va a ser que se lo roban esos que se empeñan en lavarte el parabrisas en los semáforos.

En fin, que por mucho que quieran disfrazarlo, la realidad es que un 10% de sus señorías no tienen el iPhone o el iPad que les regalaron hace menos de un año y nosotros nos tenemos que creer que se lo han robado o lo han perdido. A lo mejor es que ahora prefieren un ultrabook o un Samsung Galaxy SIII y es un modo de hacer presión para que les quiten ese terminal anticuado en el que se ha convertido el iPhone 4.

La realidad es que nuestros políticos hace mucho tiempo que deberían haberse bajado de su particular Cloud Computing, porque cuando lleguen a la tierra se van a encontrar con una auténtica revolución.

En estos momentos me acabo de enterar de una iniciativa aparecida en la Web, para que los políticos del Congreso no vuelvan a perder su iPad.  El título no tiene desperdicio: Apadrina un Congresista torpe

Cosas de “guasa”

Imaginad la situación siguiente: un hombre es llamado a una entrevista de trabajo. Después de la consiguiente presentación, el entrevistador empieza a preguntar sobre la formación del candidato, la experiencia, idiomas, etc. En fin, lo normal en estas situaciones. El candidato supera todas las fases por las que transcurre el encuentro y, a medida que pasa el tiempo, sus manos están menos sudorosas, la voz ya no tiembla, y la silla ya no le parece un potro de tortura: ¡el puesto va a ser suyo! Al final, el entrevistador le comunica que no es el candidato que buscaban, puesto que en la foto del currículum parecía muchísimo más joven.

Otra posible situación: una mujer va a renovar su carné de identidad. El policía de turno le toma las huellas, le solicita el documento antiguo, y una fotografía. “Vuelva usted otro día con una imagen más apropiada para poder hacerle el DNI”, le espeta.

¿Qué tienen en común estas dos situaciones? Evidentemente, la fotografía. Y es que, en ambos casos, incluyeron fotografías de sus hijos en un documento personal. Por supuesto, a nadie en su sano juicio se le ocurriría poner la imagen de sus vástagos ni en un currículum ni en el DNI. ¿O sí? Yo no conozco a nadie, pero no me extrañaría que algo así ocurriera en la realidad. Lo digo porque no consigo entender… ¡¡¡Por qué demonios pone la gente la foto de sus hijos como imagen del Whatsapp!!! El móvil, ¿de quién es? ¿Tuyo o de tus hijos? La imagen sirve para identificar al propietario del teléfono, de una forma rápida, sin necesidad de que tengas que leer nombre del contacto. Así que si pones la foto de tu hijo, hija, o todos ellos juntos en tropel (¡qué se ven en miniatura, por Dios!) y yo no tengo el gusto de conocerlos, no sabré si realmente eres el destinatario al que quiero enviar el mensaje.

Pero además, es que esa foto me la puedo descargar, y la puedo enviar… y entonces, ¡ya se ha montado el follón! Mucho reírse el personal de Scarlett Johanson o de poner a caldo a la concejal de Los Yébenes y resulta que la gente venga a colocar fotos de sus hij@s, que no saben muy bien a quién pueden llegar. Vale, sí. Tus hijos son los más guapos, los más inteligentes y los más maravillosos del planeta. Y los míos más, pero no voy colocando su foto por las esquinas de las calles ni en la imagen del Whatsapp, porque, ¡el teléfono es mío y no de ellos!

Pero es que esto del whatsapp, tiene su coña. Lo primero de todo: el nombre. Digo yo que la RAE, igual que ha autorizado tuit o tuitear y parece que se adapta rápidamente a los tiempos, podía haber añadido otra acepción al término “guasa” aparte de la de cachondeo: sistema de mensajería para terminales móviles. Además, podría haber añadido el verbo “guasapear”: acción de utilizar el “guasa” y los niños en el cole aprenderían aquello de “yo guasapeo, tu guasapeas, el guasapea”. Y es que queda chulo. Sobre todo el participio: “guasapeado”.

Además, si al final, profesional, profesional, no es que sea. Bueno, vale, a veces se utiliza para mandar mensajes importantes o incluso documentos necesarios para el trabajo. Pero básicamente, el “guasa” se emplea para eso: para la chanza, la broma o la chirigota, de tal forma que aunque se empiece preguntando por algo importante, se acaba chateando sobre la fiesta del viernes pasado, sobre lo gordo que se ha puesto el antiguo compañero de clase al que no veías desde hace ocho años o… algunos incluso lo utilizan como sistema avezado de resolución diaria de las tareas escolares de sus hijos.

De todas formas, a mi lo que me llama la atención es el corrector de la aplicación. ¿Quién lo diseñó? ¿Un tarado? ¿Alguien embutido en psicotrópicos? ¿Por qué “está” te lo sustituye por “estaño”? Pues yo me inclino porque el tipo encargado de hacer el corrector, estaba en un momento de euforia y psicodelia debido a un largo consumo de LSD. Todavía no logro entenderlo muy bien. Si al maldito corrector le añadimos, la propensión del personal a acortar palabras y a escribir la letra K en lugar de la C (esto tampoco lo comprendo, ya que no acortamos la palabra y por tanto no ahorramos tiempo), podemos concluir que el “guasa” es una aplicación muy “punki” más propia de Manolo Kabezabolo cantando aquello de “No komas keso en eksceso”.

Y luego tenemos que se trata de una aplicación para poner de los nervios a uno. Por ejemplo, te encuentras en un atasco en el que sabes que la policía anda al acecho. No se te va a ocurrir hablar por el móvil. Mandas un “guasa” para decir que llegas tarde a la reunión. Aparece la primera marca verde (ha salido de nuestro teléfono) y a continuación aparece la segunda (se ha entregado en el otro teléfono). Pero el destinatario no responde al mensaje… Y ahí nos entran los nervios: que si no se van a enterar de que llego tarde, que me van a poner a caldo por no avisar, que sigue sin responder…

Y ¿qué sucede cuando estás “guasapeando” con alguien y ves aquello de que el otro está “escribiendo…” y no acaba? Y el tipo sigue escribiendo. Y piensas: “me está redactando el testamento”, para luego aparecer sólo un icono. Así que dices: “Ya puedes ir redactando el testamento de verdad, porque si para escribir semejante fruslería has tenido que tardar cinco minutos…”

De todas formas, el guasa me parece uno de los mejores inventos de los últimos años. Si no existiera, lo mismo estábamos como estos dos del vídeo.